Supongamos que hay un Dios. Supongamos que él nos ha creado y nos ha hecho tal como somos. Supongamos que este Dios organizó el mundo y a todos los que, nos guste o no, tenemos que vivir en él y supongamos que todo esto es cierto, porque imaginar cualquier otra opción resultaría demasiado complicado.
Sigamos suponiendo. Imaginemos que Dios creó los pueblos, las razas, los animales y las plantas. Todos iguales pero distintos.
Ahora cierra los ojos e imagina. Imagina que somos una raza distinta. Imagina que Dios nos hizo poderosos. Que nacidos de todos los pueblos que habitan la tierra, de distintas madres, distintas lenguas y distintos credos, hizo de todos una nueva raza. No abras los ojos y sueña que nos entregó el poder del trueno para que la tierra entera tiemble a nuestro paso, el poder del viento para viajar sin límite recorriendo viejos caminos y abriendo caminos nuevos, el poder del mar que sigue siendo poderoso se muestra apacible en suaves playas. Imagina que nos dio una armadura de cuero y acero para hacernos fuertes, imagina que nos entregó dos alas de acero para que nuestros pies no se fatiguen. Aún le pareció poco y decidió entregarnos el mayor de sus dones, la libertad. Libertad para elegir dónde quieres girar, cuándo y con quién quieres compartir tu camino. Libertad para gobernarte a tí mismo, para tomar tus decisiones e incluso para equivocarte.
Ahora, abre los ojos despacio y comprueba que todo lo que has imaginado se parece demasiado a la realidad como para ser mentira.
Bien. Pues si hasta aquí estabas flipando, ahora abre bien los ojos y sigue leyendo, porque ahora soy yo el que empieza a imaginar que tienes la misma inteligencia que un cuarto de kilo de mortadela o que te has dado un buen golpe en la cabeza. Si realmente te has creido que por viajar en moto eres algo parecido a un superhombre, agárrate a los pelos del culo y tira bien fuerte para ver si despiertas. Que no se te vaya la olla compañero.
El sermón, estilo Padre Oharta, que has leído antes puede estar bien para dormir a tu hijo de cuatro años o para ligarte a una simpática lugareña en alguna concentración en un pueblo de montaña, pero lo que está claro es que, en ningún caso, debe ser el leitmotiv de ninguna persona con dos dedos de conocimiento.
Tampoco quiero que te equivoques. Nadie está más empeñado que yo en defender nuestro estilo de vida y nuestra afición, pero es que me estoy empezando a hartar de encontrarme con papanatas que, después de haber pasado por el concesionario e ir directamente al tatuador, se ponen un mote y se empeñan en que, cuando ellos entren al bar dejando el "hierro" en la puerta, todo el mundo tiene que temblar de miedo y admiración.
El mundo no es el escenario donde se rodó Conan el Bárbaro. El mundo es un jodido sitio lleno de hipotecas, de impuestos de circulación, de bares con cerveza demasiado cara, de pasos de cebra resbaladizos y un jodido millar de cosas cotidianas y estúpidas que no nos dejan soñar, si no en los putos sueños.
Está claro que una moto para algunos es simplemente un vehículo, para otros una locura y para unos pocos una forma de vivir. Pero no lo olvides, siempre con los pies en el suelo. Si dejas que la cara de admiración de los chiquillos y la sonrisa de las niñas tontas te hinchen el pecho más de lo que cabe en tu cazadora, acabarás cagándote fuera del tiesto. Y cuando haces eso, además de oler más, acabarás resbalando en tu propia mierda.
sacado del facebook de:
Nacidos Para Rodar Peña Motera
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